viernes, 25 de julio de 2014

Diógenes hace las maletas

Llevo ya unos días de vuelta en mi leonera natal y, según se acerca el día de volver a coger el avión para Francia, no puedo evitar pensar que estoy desarrollando alguna variante del síndrome de Diógenes.

Según pasan los meses viviendo lejos de casa, la cantidad de porquería que me niego a tirar va aumentando, llenando así estanterías, mesas y paredes. Por algún motivo me ha vuelto mi antigua afición de coleccionar posavasos, y tengo ya tantos cogiendo polvo en la estantería como para apoyar las cervezas de más visitas de las que espero en 3 años.

Por supuesto, he seguido comprando libros usados y mi biblioteca dividida por idiomas y géneros literarios empieza a no tener mucho espacio libre, cosas que me agobia profundamente por si un día me tengo que ir... ¿Qué voy a hacer con mis adorados libros?

A esto le sumamos las colecciones de botellines y jarras de cerveza, de vasos de chupito, chapas, figuritas de Lego y hasta peluches viajeros que se han recorrido ya varios miles de kilómetros.

Además, montones de fotos dan vida a una de las paredes y pósters y otras cosas varias andan pegados por ahí, dando un poco de color a las paredes blancas.

No puede faltar un clásico como es la ropa amontonada en la silla que va de ahí a la cama y de vuelta a la silla hasta el fin de los tiempos. Lo que falta es mi madre diciéndome que quite la ropa de ahí.

Así, al volver de vacaciones durante unos días y volver a dormir en mi cama con colcha de dinosaurios, me he dado cuenta de que toda la mierda acumulada en mi casa francesa no es sino un vano intento de recrear mi antigua habitación.

Nos vamos y vivimos lejos pensando siempre en lo que hemos dejado allí y lo echamos tanto de menos que cualquier intento por tenerlo cerca es válido aunque el día que nos mudemos no haya cajas suficientes en el mundo para llevárnoslo todo.