domingo, 5 de junio de 2011

Relatos y otros cuentos I

Keith se detuvo en seco. No podía dar ni un paso más. Sentía unos fuertes pinchazos en el costado y tenía la sensación de que los músculos de sus piernas iban a desgarrarse de un momento a otro.
Ni si quiera se molestó en intentar esconderse entre las sombras. “¿Qué más da?” pensó, “Ya está todo perdido, no hay más que hacer.” Y ahí, en mitad de una angosta carretera del polígono industrial, se dejó caer, y hecho un ovillo esperó lo peor.
Pero lo peor no parecía llegar. No oía el ruido del motor que le venía persiguiendo desde hacía días, quizá semanas o incluso meses. Tampoco resonaban los pasos que le seguían allí donde iba, ni sentía esa punzante mirada clavándose en su nuca, escudriñando en su interior para averiguar cuál sería su próximo movimiento.
Sólo sentía una extraña tranquilidad, como la calma antes de la tormenta. Algo que no presagiaba nada bueno, de hecho, sabía que iba a ser terrible.
Y así, tirado en el suelo temblando como un animalillo asustado, Keith siguió esperando. “¿Qué pasa? ¿Por qué no vienen a por mí?” se preguntaba. Los minutos pasaban lenta y silenciosamente.
--¡¡No puedo soportarlo más!! ¿A qué estáis esperando, cabrones?––voceó Keith a los cuatro vientos.–– ¡Sois unos malditos cobardes! ¡Lo contaré to…!––
No había terminado de pronunciar la última palabra cuando sintió una sensación punzante en el cuello. [...]

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